Ngasundiera Naxín
Por Alfredo López Austin
El título “Ngasundiera Naxín – El mundo de Naxín” ha de responder al contenido de esta exposición. Los cuadros han de guiar al público hacia los procesos particulares de un artista al enfrentarse a la circunstancialidad de su existencia, a la materia sobre la que actúa, a su acción y a sí mismo. El espectador ha de iniciar la marcha para articular emociones y razones que en él despierten una diversidad de formas de expresión luminosa.
El recorrido tal vez desconcierte al observador cuando encuentre los fuertes contrastes a los que Naxín ha recurrido para mostrar su mundo. Muchos de sus cuadros reflejan el desesperante tema de la realidad pesada, densa y trágica de nuestro país; otros en cambio, son muestra de esperanza, de acción posible, de juego de azar que se desborda en brillos, en colores, en formas juguetonas. Es un repertorio que invita a la búsqueda de su orden. Alguna vez Naxín habló de su preferencia por la creatividad noctámbula. La nocturnidad no siempre es tenebrosa. Por el contrario, suele ser el corte transitorio del contorno que constriñe. La noche es el tiempo-espacio de liberación momentánea que permite reducir el entorno personal para hacerlo más íntimo.
Tal contexto de privacidad explica la actividad lúdica que reflejan muchos de los cuadros de Naxín. Él también habló en más de una ocasión de su vida de estudiante,
cuando la Academia le exigía un ejercicio escolar difícilmente costeable con sus escasos sueldos como cajero, carnicero, vigilante… Dice Naxín que con frecuencia tuvo que recurrir al reuso de sobrantes en sus actividades laborales, incluidos el papel o el cartón de las cajas usadas que reciclaba para transformarlas en soportes de sus tareas.
Las manchas de sangre —cuenta— dejaban de ser mugre para volverse significantes.